
Nadie es propietario de las palabras. Cada quien ha de navegar en el continuo mar de la cultura humana para encontrar los restos de todas las angustias y alegrías rastreables desde las primeras onomatopeyas humanas en nuestros lenguajes actuales. Cada quien ha de enfrentarse a la posibilidad de morir ahogado en el océano sin orillas ni puerto llamado conocimiento. No hay ningún Genio aislado del mundo e inspirado por las Musas - la cultura la construye la gente en su intercambio de información, en la reutilización de cosas que ya se han hecho en el pasado, y siempre ha sido así. La cultura no es sino un enorme plagio sin fin en el que nadie inventa nada, la gente sólo reutiliza lo existente y esta remezcla siempre se produce de un modo colectivo; nadie crea de la nada. Cada quien ha de inventarse, abrazando provisionalmente un placer, un proyecto, una esperanza que le permita cada día levantarse, todavía, de la cama. Cada quien ha de elegir lo que le sirve, y lo que no le sirve. Hay un mundo que nos insulta organizando abyectas injusticias y cruentos proyectos totalitarios que lo convierten todo en mercancía: su incendio podría ser bello como un crepúsculo o como un amanecer. Cada quien a solas, sintiendo el sudor frío de la carne sobre el hueso y la ausencia universal de sentido, ha de elegir las palabras que sean capaces de salvarlo y mantenerlo a flote, las palabras en cualesquiera de sus formas de besos conceptos deserciones amores acciones iras y adhesiones, capaces de terminar con el Espectáculo del Capital e iniciar la (re)creación.
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