Jazz
“Haga jazz. Cierre los ojos. Improvise.” Dijo el que estaba a mi derecha mientras se apagaban las luces y el quinteto salia al escenario luciendo ropas oscuras, ojos cansados como de sabios y rostros de haber bebido mucho alcohol en la vida pero no el suficiente. “ sabiduría de los bares negros de los años cincuenta”. Dijo mirando a la muchacha delgada que parecía no haberle escuchado. Yo había llegado varios minutos antes que ellos, y los miré con especial aunque disimulada atención mientras entraban con lentitud,muertos de frio,observando a las personas como cosas en busca del mejor lugar para seguir el concierto. Así debieron haberme visto por primera vez. Sus miradas recorrieron el Poliedro con despreocupación, y eligieron los asientos próximos al mío, en la fila desde la cual yo lo miraba todo con una cara que no quería de tristeza sino de hastío, más lejos del escenario que de la puerta, en medio de la acústica del viejo local que los vecinos todavía, para defender su pobre vida, querían clausurar. No eran los únicos asientos vacios de esa fila irregular y algo elíptica. El se sentó a mi derecha, ella a su derecha. Tenía una bufanda negra alrededor de su cuello. Yo lo podía ver : un antiguo sueño se ahogaba en esos ojos negros apenas escondidos por unos anteojos de carey. Tenía labios extraños, cabellos largos y negros. Era invierno. Todo el dia el aire de la calle estuvo cargado de infinitas, microscópicas gotas de agua que sentíamos en la piel y el rostro y que no teníamos otra alternativa que respirar. Me parecía que tenía mucho frio. Ni siquiera lo miró cuando el le habló con su voz insegura. Luego las manos del quinteto empezaron a moverse, y yo los olvidé.
Una habitación a media luz. Paredes pintadas de un color oscuro. En las paredes cuadros con pinturas surreales, fotos de rostros ambiguos. Tambien, sobre la cabeza de la mujer parece dormir boca arriba, un gran reloj de pared. La aguja pequeña sobre el número doce y la aguja grande sobre el número seis. El ambiente de semipenumbra nos regala la idea de la noche. En algún mueble cercano a la cama se ven cajas abiertas de pastillas, vasos vacíos, una muñeca de tamaño mediano, sentada, con ojos enormes y la boca destacada con pintura roja. Hay tambien un escritorio desnudo, excepto por una máquina de escribir cerrada y una hoja de papel en blanco. En el rincón opuesto a la cama, otra mujer autista. Tiene la cara absolutamente pálida. Tiene además como la mujer de la cama, el cabello corto y negro. Ambas llevan ropas que sugieren la estación de invierno. De pronto la mujer en la cama mueve ligeramente el cuerpo, el brazo derecho. Se escucha su pensamiento como un rasguño : “ No tengo voz. Era el viento. Ahora quiero ordenar lo de aquí, la cabeza es inútil, los brazos y las piernas son inútiles . El sexo es inútil., los ojos son inútiles. Comprendo. Y es como declarar el amor con un corazón de madera. Pero al fin siento que ella se dejará de mover. “ La música era tan triste que daban ganas de llorar.
Las manos del quinteto se calmaron, era el primer intermedio. Algunas personas delante, detrás, se levantaban y daban unos pasos alrededor, conversaban en voz baja. “ que pasa con la gente de esta ciudad”, dijo el que estaba a mi derecha. “ suceden milagros con entrada libre y la sala no está a reventar”. La muchacha lo miró. Me di cuenta de que era hermosa y de que creía en mi existencia. Hay demasiada humedad en las calles, le
Respondió, mirándome a través de su perfil. “ Uno respira agua. Todos andan agripados y salir así es exponerse a una neumonía. Y uno se muere en un par de dias con una buena neumonía. Además, el horario tampoco ayuda, y una música mas bien difícil de seguir y no una música bailable y divertida después de medianoche, durante toda la madrugada, no les atrae. ¿sabes? Yo pensaba que incluso habrían más asientos vacíos, creo que todavía tenemos salvación” “Eres muy compasiva” dijo el .” A nosotros ya no nos salva ni dios”
Sus labios extraños formaron una sonrisa. Lo besó. “ Qué mujer interesante”, me sorprendí. Yo que me he pasado la vida observando la conducta de los seres humanos, la conducta de los rostros, los ojos, las palabras de los animales humanos y es como si no hubiera visto nada porque no habia sentido que entre ella y él había algo de intimidad. Nada en sus miradas, sus cuerpos o sus palabras delataba algo de amor, nada me había dicho que se besarían como enamorados después de un mas bien ruinoso intercambio de palabras.
“Te amo”. Dijo el cuando separaron sus labios y las manos del quinteto empezaron a agitarse. Primero fue como una hoja de parra. Como una hoja de parra humedecida, y luego como los fractales de una hoja de parra examinada al microscopio por biólogos obsesionados y con insomnio. Luego, como un monton de hojas de parra apiladas sobre la tierra, y luego parras completas, con sus tallos y sus ramas y sus hojas, en un dia nublado, entre senderos de tierra afirmada por donde podrían pasar, de un momento a otro, algunos saludables campesinos. Y luego salió el sol. Y entonces vi que el que estaba a mi derecha seguía la música moviendo levemente la cabeza. “ De qué manera lo sigue, se pierde en una meditación sin palabras”, pensé. Pero no sigue toda la música. Sigue, básicamente, el sonido del contrabajo producido por esos dedos sobre las cuerdas. Está metido en ese sonido a tal punto que ya no es exacto afirmar que lo percibe. Y como si fuera conciente de la muerte, de que el tema tendrá un final, de que la música precede al silencio, se pone a llorar silenciosamente mientras no deja de mover levemente la cabeza. En este momento está solo . Su soledad es tan inmensa que es como si ya no estuviera. Siempre extrañará este momento cuando su existencia era el sonido de unos dedos sobre un viejo contrabajo, y ya todo era amor y plenitud y ya no importaba si queria a alguien o si alguien lo queria. Y eran soles reflejados en hojas de parra humedecidas por la lluvia de la noche anterior. Y luego un viento que mueve las hojas como si fuera el temblor de los biólogos maniáticos que observan, obsesionados, los fractales de las hojas, un viento repetido que agita las ramas, que libera a las hojas de todo rastro de humedad, de todo reflejo de sol, que hace caer las hojas hasta cubrir los senderos de tierra afirmada, hasta dejar a las ramas de las parras desnudas. Entonces ella vió las lágrimas sobre su rostro y lo besó, pensando que el lloraba por ella. “ Hay esperanza “, le dijo, continuando la conversación del primer intermedio. “Quizas las personas se han quedado en sus casas, escuchando algo de jazz o de Bach, misántropas, detestando ambientes públicos como éste,sabiéndose mejores que todos nosotros.” El la miró sorprendido, por algunos segundos, hasta comprender. “vana esperanza”, dijo. “ Duermen temprano porque mañana deben ir a trabajar”, mientras las últimas hojas caían entre instrumentos de madera y metal, y manos que parecián muertas.
Los minutos del segundo intermedio los pasaron sin hablar. Yo recorria el poliedro con la mirada, menos para buscar a alguien conocido que para mirar sus labios extraños. Mas personas se levantaron de su asiento a dar unos pasos, pues la segunda sesion era siempre la mas larga. El poliedro se hizo famoso por sus excelentes conciertos que empezaban quince minutos después de la medianoche, por la interesante acústica de los ángulos irregulares de su sala, por la naturaleza de su tercer intermedio y por los vecinos que querian clausurarlo debido al ruido y a la gente extraña y ebria que atraia. Era como un lugar paradisíaco porque la entrada era gratis, el ambiente claroscuro y agradable, más lúgubre que alegre, y lo único por lo que había que pagar era por los tragos, que uno tomaba en el tercer intermedio que se extendía durante dos horas. El horario en el poliedro era riguroso, inflexible. Una especie de prueba de laboratorio creado para atenuar el caos del universo. Era como un marco de referencia necesario, el lienzo sobre el cual podrían pasar siempre cosas extraordinarias, el hilo de razon que nos salva del sueño o la locura. La vida en el poliedro consistia en cuatro sesiones de música y en tres intermedios. La primera sesión duraba cuarentaicinco minutos. El primer intermedio duraba sólo quince minutos y nadie se movía de su asiento para otra cosa que ir al baño o estirar las piernas. La segunda sesion duraba una hora y media. El segundo intermedio era igual al primero: quince minutos y todavía sin bar. La tercera sesion duraba sólo media hora. Alas tres y media en punto se iniciaba el tercer intermedio y todos acudían al bar, ubicado tras gruesas cortinas negras en el lado de mayor longitud del poliedro. En el bar, como en la calle, uno podía beber y fumar lo que deseara. Uno deseaba que llegara el tercer intermedio, pero siempre la música podía más y uno se olvidaba de todo y ya no deseaba que la música se acabe. Uno estaba en la música y de pronto la música ya no estaba y era imposible estar como si nada hubiera pasado, con los dos pies sobre la tierra. Era preciso embriagarse, para que la música continuara y las palabras fluyeran amables. Entonces toda la sala entraba en el bar, los vasos se perdían en las bocas, las personas se perdían en las palabras hasta que a las cinco y treinta el quinteto volvía a tocar hasta el alba de las seis, hora en se abrían las puertas y la sala se vaciaba hacia la calle, ebria de música y alcohol, para encontrarse con los primeros ancianos que van a comprar el pan o los primeros jóvenes que van a hacer su footing. Artaud decía que no soportaba un espíritu programado, pero yo sé que el poliedro lo que hacia era darnos el armazón, el espacio necesario para que el espíritu pudiera vivir libre como un loco, así como el cuerpo de Artaud permitia que su espíritu se dislocara a placer, hasta que lo encerraron en un Manicomio. Es como la relación entre el alma y el cuerpo. Aunque podamos reducir y explicar todo en términos biológicos y mecanicistas, existe siempre un componente mágico, una zona de incertidumbre que nos extraña del mundo y nos enfrenta a la sombra de ese absoluto que podemos llamar música, o Dios. Yo escuchaba la música de jazz, y miraba hacia el escenario, maravillado. ¿ acaso es la música esos parlantes, esos instrumentos y cables ? ¿ Esos gastados amasijos de huesos y carne que mueven las manos, los dedos, mientras cierran los ojos? No es eso la música. Pero no habría música sin ellos.
La tercera sesión fue memorable. Un milagro pagano escondido en medio de una ciudad dormida, indiferente. El quinteto convirtió el agua en vino, sanó ciegos, sordos, leprosos y paralíticos, expulsó demonios. Dio de comer de un solo pan a una multitud harapienta. Nos habló de tesoros escondidos, de puertas abiertas, de manos entrelazadas en los laberintos de una noche. Las manos parecián cuchillos, los instrumentos cuerpos, la música almas tristes que morían pensando en otro lugar. Decidí hablarles, entre un bosque de pinos y un paisaje congelado y blanco que nunca he visto, que nunca veré. Su largo beso inesperado, su conversación entrecortada, sus labios extraños se confundían con la música del quinteto y me hacían sentir vivo. Ansias de calamidades y de errores. De cosas nuevas.Con un giro rápido, como una bella mujer que mueve la cabeza para ver algo sorprendente, terminó la tercera sesión. El paisaje desapareció y me quedé con cinco personas cansadas, con las butacas semivacías. Las cortinas negras se retiraron al unísono y el espacio del bar, que era casi tan grande como la sala de conciertos, apareció ante nosotros. Todos se pusieron de pie. Ellos también. Yo también. “Creo que sí hay esperanza”, dije. Me miraron y después de un segundo de vacilación comprendieron. “Vamos les invito unos tragos, hay que discutirlo.” Escogimos una mesa ubicada al fondo del bar. Empezamos a beber y hablamos de la esperanza. De los artistas despreciables que suelen poblar el Poliedro y de los seres hermosos y anónimos que nunca salen de sus casas porque viven demasiado hundidos por el espectáculo de un mundo que no pueden tolerar. No me olvidé de la gente ordinaria que carece de toda opción. “ Una cosa es la ingenuidad o la ignorancia y otra el envilecimiento. “salud, me dijeron. Y como es natural en una conversación con alcohol, anduvimos a la deriva, nos salimos del tema.
_ ¿ Por qué lo besaste entonces, sino lo amas?
_ En cierta forma si lo amo. Es decir , yo siento amor, tengo mucho amor aquí dentro. Suena ridículo pero es la única verdad. Y le puedo poner cualquier rostro. Puedo amar a cualquiera.
-¿ Y tu sabías eso?-dije mirándolo.
-¿ Y la quieres así?
- La quiero así.
- ¿Quieres llorar?
- No sé. Siento como un océano adentro.
-¿ Por qué ?
- Porque yo puedo amar a cualquiera -dijo ella- Él comprende que en cierta forma no lo amo a él. Simplemente amo.
- Una cosa mas bien anónima..
- Si y no. Es muy complicado. Se precisa un rostro fijo, pero tu sabes que todo al final se mueve.
- Todo se mueve siempre
- Hermano yo no quería...
-Eres un escritor, ¿no?
- Sólo soy un autista que se defiende.
-Esa es una frase hecha. Eres un escritor- dijo ella.
-¿ Y tú, cómo demonios amas?
Al azar, cuando me da la gana, cuando necesito temas para mis cuentos, cuando veo labios extraños o bocas que dicen cosas inteligentes..
- Un escritor
- Más bien una especie de director en lucha contra un sindicato de actores en pie de huelga.
- Debe ser temible ese sindicato, eh. Se te ve triste.
- Alguien se ha ido de viaje. Siempre me entristecen los viajes. Es cómo un intento desesperado de cambiar de vida. Y lo más triste es que siempre se retorna. Y que si no retornas, tendrías que viajar por siempre. Y así...
- Noté que estabas triste desde que te vi.
- Bah, no importa. Casi siempre estoy triste. Es ¿cómo se dice?, una propensión. O quizá es sólo una estética, ya no lo sé. ¿ustedes no se besan muy a menudo, no es cierto?
- No sé. ¿ Qué cantidad es muy a menudo?
- Sí-dijo el-, ¿qué cantidad?
- Creo que fue una pregunta tonta.
- Por fin alguien que reconoce una pregunta tonta y que no la justifica con más tonterías.
- Gracias. Pero volviendo al amor, quizá el amor sea como una veleta. O como un molino que nos hace añicos. Y si esto es el amor ¿qué será el viento?
- La soledad- dijo ella.
- Buena imagen.
- Nada. Es un lugar común que leí en algún lado.¿ Nunca lo escuchaste antes?
- No.
- ¿Sabes? Yo antes soñaba. Esperaba encontrar a alguien, el amor de la vida. Hasta que leí un poema de Elluard y comprendí que encontramos al amor de la vida y no lo reconocemos. Nunca nos damos cuenta.
- ¿Qué nos queda entonces?
- Amar a discreción, a tientas...
- Es raro que alguien venga solo al Poliedro. Es un maratón de casi seis horas y...
- Lo raro es que uno se vaya sólo del Poliedro
-
En algún momento hizo un gesto como si se hubiera cansado de vivir o de saber tanto. Bebió un nuevo vaso, lleno hasta el borde. Quería borrar el momento, todos los momentos, el Poliedro. Deseaba embriagarse. Todos queríamos embriagarnos, pero los motivos eran diferentes. A unos les gusta el color azul, a otros el rojo, a otros el verde. La música de Bach, la música de Beethoven. Dizzie Gillespie o Billie Holidey. Unos se enamoran rápido y otros se demoran. Así son las cosas. Yo la miraba a ella. Ella me miraba a mí. El nos miraba. La duración no nos pertenece. Cuando me di cuenta ya era una habitación cerrada con alguien llamando cariñosamente a alguien. Una habitacióm a oscuras, y luego una habitación con una luz deslumbrante y repentina, con un niño desnudo y una ventana desde la cual alguien mira con ojos llenos de lágrimas toda la escena. Un jardín con flores rojas, blancas, amarillas, devastado por una lluvia torrencial y por la oscuridad de una noche demasiado negra. Una cortina negra. Un niño que juega con el interruptor de la luz, haciendo el dia y la noche a entera voluntad mientras llama cariñosamente a alguien con un nombre extranjero y nuevo. Un susurro de mujer de mujer dormida. Una puerta que se abre y otra habitación que se queda vacía, con un rumor de conversaciones y de risas, ingenua alegria de niños vestidos con túnicas blancas. Muchas habitaciones llenas de objetos y disonancias. Sombras en las paredes, palabras amables, pequeños engaños de fraseo, pulsos desgajados de un árbol, disfraces, desnudeces, caras cansadas. Los ojos del quinteto,correctamente embriagados durante el tercer intermedio, agradecieron los aplausos finales con lúcida indiferencia. Flores que se abren y veo que el ya no está. La sala se volcaba hacia el invierno y sus labios eran extraños. Tenía un nuevo sueño en su mirada. Te amo, escuché.
Carlos M.